Yuly Ramos
Spoonful: Una
cucharada de trascendencia
Many
questions have been asked
Through
many generations
Why
poor people have the blues
Because
so long they have tried
To
achieve freedom, justice and equality
And
yet still today
Success
seems to be
A
distance away
And
these are some of the ways
They
have tried
Blues
you can’t lose. Willie Dixon (1971)
Estimado percibiente, en la presente
agrupación de letras pretendo que me acompañes a una experiencia musical que no
es más, ni menos que otras, simplemente es mía. Iniciamos con un fragmento de Blues you can’t lose, una canción de
Willie Dixon, uno de los grandes nombres en la historia afro norteamericana. Se
preguntarán ustedes ¿por qué iniciar con Dixon cuando, ni él ni su canción
serán el objeto de esta incursión? Bueno, por dos razones: la primera es que él
compuso Spoonful, la segunda es que, Blues you can’t lose sintetiza, a mi
modo de ver, sentimientos y modos de ser de un pueblo oprimido que, pese a los
discursos, las aboliciones y las políticas incluyentes no encuentra aún su modo
de ser.
La canción que aquí nos convoca es para
mí, la autora de este texto, una metáfora. Y lo es en dos sentidos: en primer
lugar sobre el deseo, el desdibujamiento del universo que él implica y, las
violencias y consecuencias que de su consecución se desprenden; en segundo
lugar, creo que versa sobre lo contingente, la posibilidad de ser, y las
mínimas distancias que concurren entre la ocurrencia de un fenómeno X o un fenómeno Y, en virtud de un minúsculo eslabón, un mínimo movimiento en la
cadena de causalidades y casualidades. Antes de continuar, quisiera que
viajáramos: Spoonful tiene una larga
trayectoria. Se presume que su primera incursión estuvo a cargo de Papa Charlie Jackson.
Él, con aires de góspel y folk sembraría en 1925 la idea del deseo, la fuerza
de la adicción. Le seguiría, unos años más tarde Charlie Patton. Más
bluesero y acentuando el tono sexual se pregunta: Would you kill a man dead?, con jocosidad llega la respuesta, yes, I Will. Quizá podemos ver allí la
figura del deseo insaciable, aquel aniquilador ante el cual la vida se diluye: sólo
él pervive. De seguro, como en la mayoría de composiciones –blues-, Jackson y
Patton harían eco de tópicos recurrentes en la tradición oral afro norteamericana.
Esta había sido aderezada con las nuevas esclavitudes que surgían tras el velo
de la 13ª enmienda. Los nuevos “libres” debían
trabajar para reconstruir la economía del sur que vivía de su esclavitud. No
tardarían en aparecer los mitos sobre la barbarie negra, su "criminalidad genética": eran los chivos
expiatorios de la primera oleada persecutoria, por ello, no es casual que Misisipi
sea uno de los baluartes del anti-abolicionismo y, paralelamente, cuna del
blues: él se convierte en el relato de un pueblo arrinconado.
Aquí damos un salto largo, patrocinado
por la crisis del 29, hasta llegar a la década de 1960. Para entonces, la
música compuesta e interpretada por afro norteamericanos había logrado allanar
la industria musical pero, con las fuerzas crecientes del rock y el pop, el
blues y el jazz habían empezado a perder fuerza: estaban obligados a buscar
nuevos escenarios. El blues se apoyó en otros artistas (y viceversa), en sellos
discográficos fuertes y rescató sus
relatos (la situación política también lo demandaba). Un hombre, ya conocido en
la industria se dedicó a componer éxitos. Willie Dixon entregó a inicios de la década
una canción a Chester Arthur Burnett (1910-1976) más conocido como Howlin’ Wolf. Él es el Intérprete
de Spoonful. Y lo pongo en mayúscula
porque, pese a la cantidad de interpretaciones, siento que con él ocurre algo
mágico: un relato encuentra en sus aullidos la máxima expresión (quizá
también apoye esto el hecho de que fue la primera versión que escuché). Las
interpretaciones de Etta
James y Koko Taylor,
aún la del mismo Dixon,
tienen la fuerza, pero, creo que carecen de la visceralidad que el Lobo nos
entrega. Afirma Charles Waring que la canción tiene un claro componente sexual,
aceptado por el mismo Dixon y reafirmado en vivo por Wolf (simulaba masturbarse
en sus conciertos), señala también que muchos han visto en ella una alusión a
la heroína, la impotencia de la adicción, sin embargo, considero que son ritmos
y letras lanzados al viento a los que cada cual da su tono.
A mediados de esta misma década
llegarían tres interpretaciones que acercarían la canción a un público que aún le
era esquivo: el blanco. La primera
estaría a cargo de The
blues Project, una banda con una propuesta interesante pese a su corta trayectoria.
Paralelamente, Canned
heat haría lo propio, sin embargo, quien la lanzaría al estrellato sería Cream[1].
Son versiones muy agradables, impregnadas por los influjos de las nuevas
culturas. Psicodelia, hipismo y misticismo convergen con el ímpetu de la
canción dando como resultado ritmos más lentos, consecuencia, en buena medida del
alargamiento de algunos fragmentos. Esta década es también el escenario de un delirio
persecutorio, la cacería de la otredad empieza a cobrar fuerzas y tiene en la
comunidad afro una de sus presas: los perseguidos, así como el deseo deben encontrar
su expresión. Y qué sería de él sin la persecución, sin la prohibición, sin
embargo, no creo que Spoonful sea una
oda a la adicción, creo que es un retrato sincero y potente del sentirse
acorralado, atrapado… qué sería del deseo sin la carencia: por él algunos
mienten (Men lies about Little), algunos lloran (Some of them cries about Little), otros mueren (Some of them dies about littles) pero, todos peleamos por una cucharada (Everything fight about a spoonful). El
deseo se hace un factor común a todos nosotros, allende la clase, la etnia, la
profesión y hasta la religión, él nos convoca y nos uniforma.
Pasando a otro aspecto, creo también que
los albergues del sentido de la vida son los pormenores de las existencias, los
rituales pequeñitos. En los detalles está la diferencia: una cucharada separa
a un hombre vivo de uno muerto.
But one spoon of lead
from my 45
Save you from another man
Esa
misma cucharada también puede salvarte
It could be a
spoonful of water
Save you from the
desert sand
Ello, inevitablemente me lleva a
Cortázar, a su Manual de instrucciones:
“Meter la cabeza
como un toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café
con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los
rincones del ladrillo de cristal. Negarse a que el acto delicado de girar el
picaporte, ese acto por el cual todo podría transformarse, se cumpla con la
fría eficacia de un reflejo cotidiano. Hasta luego, querida. Que te vaya bien.
Apretar una cucharita
entre los dedos y sentir su latido de metal, su advertencia sospechosa. Cómo
duele negar una cucharita, negar una puerta, negar todo lo que el hábito lame
hasta darle suavidad satisfactoria. Tanto más simple aceptar la fácil solicitud
de la cuchara, emplearla para revolver el café” (Cortázar, 1995, pág. 2)
Spoonful es la oportunidad para ver una obra que trasciende a su
autor. Vio la luz cuando una primera cacería tenía lugar, y, solo en virtud de esta
y de su ser relato puede hacer que
muchos o pocos logren apropiarse, identificarse y encontrar algo en sus acordes
y letras. Spoonful es frenética, su víctima cae presa de febriles
ritmos que contrastan –y se armonizan- con la soberbia voz de Wolf. Es una especie de encantamiento y me encanta. Me encanta porque no sé cómo logra incendiar con sus ritmos la melancolía que arrastra. Supongo
que la música, al igual que la filosofía, es un modo de vida, tiene
ritmo, fuerza, vida, es elección, es deseo, es posibilidad. Y así…
“Cuando abra la puerta y
me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya
aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva
floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde
las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con
los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del
ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a
comprar el diario a la esquina” (Cortázar, 1995, pág. 2)
El picaporte y la cucharada convergen. Uno y otro sellan
la diferencia entre la cálida inmersión en lo habitual, lo que bañado por la
tradición se hace ritual y, el momento en
el que un gesto mínimo convierte a un ser humano en otro, ese inane acontecimiento
en el que uno se siente dueño total de su destino. Al respecto, y para concluir,
no sobra recordar compartimos el 99% de los genes con los ratones. Mínimas
distancias nos separan de ser otro.
Cortázar, J. (1995). Historias de
cronopios y de famas. Buenos Aires: Alfaguara .
[1] Otras
versiones y más información pueden ser encontradas en: https://www.udiscovermusic.com/stories/howlin-wolf-spoonful/
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