martes, 12 de mayo de 2020



Yuly Ramos


Spoonful: Una cucharada de trascendencia

Many questions have been asked
Through many generations
Why poor people have the blues
Because so long they have tried

To achieve freedom, justice and equality
And yet still today
Success seems to be
A distance away

And these are some of the ways
They have tried
Blues you can’t lose. Willie Dixon (1971)

Estimado percibiente, en la presente agrupación de letras pretendo que me acompañes a una experiencia musical que no es más, ni menos que otras, simplemente es mía. Iniciamos con un fragmento de Blues you can’t lose, una canción de Willie Dixon, uno de los grandes nombres en la historia afro norteamericana. Se preguntarán ustedes ¿por qué iniciar con Dixon cuando, ni él ni su canción serán el objeto de esta incursión? Bueno, por dos razones: la primera es que él compuso Spoonful, la segunda es que, Blues you can’t lose sintetiza, a mi modo de ver, sentimientos y modos de ser de un pueblo oprimido que, pese a los discursos, las aboliciones y las políticas incluyentes no encuentra aún su modo de ser.

La canción que aquí nos convoca es para mí, la autora de este texto, una metáfora. Y lo es en dos sentidos: en primer lugar sobre el deseo, el desdibujamiento del universo que él implica y, las violencias y consecuencias que de su consecución se desprenden; en segundo lugar, creo que versa sobre lo contingente, la posibilidad de ser, y las mínimas distancias que concurren entre la ocurrencia de un fenómeno X o un fenómeno Y, en virtud de un minúsculo eslabón, un mínimo movimiento en la cadena de causalidades y casualidades. Antes de continuar, quisiera que viajáramos: Spoonful tiene una larga trayectoria. Se presume que su primera incursión estuvo a cargo de Papa Charlie Jackson. Él, con aires de góspel y folk sembraría en 1925 la idea del deseo, la fuerza de la adicción. Le seguiría, unos años más tarde Charlie Patton. Más bluesero y acentuando el tono sexual se pregunta: Would you kill a man dead?, con jocosidad llega la respuesta, yes, I Will. Quizá podemos ver allí la figura del deseo insaciable, aquel aniquilador ante el cual la vida se diluye: sólo él pervive. De seguro, como en la mayoría de composiciones –blues-, Jackson y Patton harían eco de tópicos recurrentes en la tradición oral afro norteamericana. Esta había sido aderezada con las nuevas esclavitudes que surgían tras el velo de la 13ª enmienda. Los nuevos “libres” debían trabajar para reconstruir la economía del sur que vivía de su esclavitud. No tardarían en aparecer los mitos sobre la barbarie negra, su "criminalidad genética": eran los chivos expiatorios de la primera oleada persecutoria, por ello, no es casual que Misisipi sea uno de los baluartes del anti-abolicionismo y, paralelamente, cuna del blues: él se convierte en el relato de un pueblo arrinconado.

Aquí damos un salto largo, patrocinado por la crisis del 29, hasta llegar a la década de 1960. Para entonces, la música compuesta e interpretada por afro norteamericanos había logrado allanar la industria musical pero, con las fuerzas crecientes del rock y el pop, el blues y el jazz habían empezado a perder fuerza: estaban obligados a buscar nuevos escenarios. El blues se apoyó en otros artistas (y viceversa), en sellos discográficos fuertes y rescató sus relatos (la situación política también lo demandaba). Un hombre, ya conocido en la industria se dedicó a componer éxitos. Willie Dixon entregó a inicios de la década una canción a Chester Arthur Burnett (1910-1976) más conocido como Howlin’ Wolf. Él es el Intérprete de Spoonful. Y lo pongo en mayúscula porque, pese a la cantidad de interpretaciones, siento que con él ocurre algo mágico: un relato encuentra en sus aullidos la máxima expresión (quizá también apoye esto el hecho de que fue la primera versión que escuché). Las interpretaciones de Etta James y Koko Taylor, aún la del mismo Dixon, tienen la fuerza, pero, creo que carecen de la visceralidad que el Lobo nos entrega. Afirma Charles Waring que la canción tiene un claro componente sexual, aceptado por el mismo Dixon y reafirmado en vivo por Wolf (simulaba masturbarse en sus conciertos), señala también que muchos han visto en ella una alusión a la heroína, la impotencia de la adicción, sin embargo, considero que son ritmos y letras lanzados al viento a los que cada cual da su tono.

A mediados de esta misma década llegarían tres interpretaciones que acercarían la canción a un público que aún le era esquivo: el blanco. La primera estaría a cargo de The blues Project, una banda con una propuesta interesante pese a su corta trayectoria. Paralelamente, Canned heat haría lo propio, sin embargo, quien la lanzaría al estrellato sería Cream[1]. Son versiones muy agradables, impregnadas por los influjos de las nuevas culturas. Psicodelia, hipismo y misticismo convergen con el ímpetu de la canción dando como resultado ritmos más lentos, consecuencia, en buena medida del alargamiento de algunos fragmentos. Esta década es también el escenario de un delirio persecutorio, la cacería de la otredad empieza a cobrar fuerzas y tiene en la comunidad afro una de sus presas: los perseguidos, así como el deseo deben encontrar su expresión. Y qué sería de él sin la persecución, sin la prohibición, sin embargo, no creo que Spoonful sea una oda a la adicción, creo que es un retrato sincero y potente del sentirse acorralado, atrapado… qué sería del deseo sin la carencia: por él algunos mienten (Men lies about Little), algunos lloran (Some of them cries about Little), otros mueren (Some of them dies about littles) pero, todos peleamos por una cucharada (Everything fight about a spoonful). El deseo se hace un factor común a todos nosotros, allende la clase, la etnia, la profesión y hasta la religión, él nos convoca y nos uniforma.

Pasando a otro aspecto, creo también que los albergues del sentido de la vida son los pormenores de las existencias, los rituales pequeñitos. En los detalles está la diferencia: una cucharada separa a un hombre vivo de uno muerto.

But one spoon of lead from my 45
Save you from another man

Esa misma cucharada también puede salvarte

It could be a spoonful of water
Save you from the desert sand


Ello, inevitablemente me lleva a Cortázar, a su Manual de instrucciones:

Meter la cabeza como un toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los rincones del ladrillo de cristal. Negarse a que el acto delicado de girar el picaporte, ese acto por el cual todo podría transformarse, se cumpla con la fría eficacia de un reflejo cotidiano. Hasta luego, querida. Que te vaya bien.

Apretar una cucharita entre los dedos y sentir su latido de metal, su advertencia sospechosa. Cómo duele negar una cucharita, negar una puerta, negar todo lo que el hábito lame hasta darle suavidad satisfactoria. Tanto más simple aceptar la fácil solicitud de la cuchara, emplearla para revolver el café(Cortázar, 1995, pág. 2)

Spoonful es la oportunidad para ver una obra que trasciende a su autor. Vio la luz cuando una primera cacería tenía lugar, y, solo en virtud de esta y de su ser relato puede hacer que muchos o pocos logren apropiarse, identificarse y encontrar algo en sus acordes y letras. Spoonful es frenética, su víctima cae presa de febriles ritmos que contrastan –y se armonizan- con la soberbia voz de Wolf. Es una especie de encantamiento y me encanta. Me encanta porque no sé cómo logra incendiar con sus ritmos la melancolía que arrastra. Supongo que la música, al igual que la filosofía, es un modo de vida, tiene ritmo, fuerza, vida, es elección, es deseo, es posibilidad. Y así…

Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario a la esquina(Cortázar, 1995, pág. 2)

El picaporte y la cucharada convergen. Uno y otro sellan la diferencia entre la cálida inmersión en lo habitual, lo que bañado por la tradición se hace ritual y, el momento en el que un gesto mínimo convierte a un ser humano en otro, ese inane acontecimiento en el que uno se siente dueño total de su destino. Al respecto, y para concluir, no sobra recordar compartimos el 99% de los genes con los ratones. Mínimas distancias nos separan de ser otro.

Cortázar, J. (1995). Historias de cronopios y de famas. Buenos Aires: Alfaguara .







[1] Otras versiones y más información pueden ser encontradas en: https://www.udiscovermusic.com/stories/howlin-wolf-spoonful/

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